Combustóleo; ¿Cómo llegamos hasta aquí? por Edgar Ocampo
Desde el año 2013 se desestimó la producción de combustibles proveniente de nuestras refinerías para darle preferencia a la gasolina importada desde los Estados Unidos, poniendo en riesgo la seguridad del abasto nacional
Por: Edgar Ocampo Téllez
Consultor y analista de energía
¿Cómo es que un país petrolero como México, esté importando más del 80% de la gasolina que consume? ¿Cómo puede ser posible que una nación, que tiene una producción de petróleo de 1.7 millones de barriles diarios y cuenta con un enorme sistema de refinación, esté importando combustibles desde los Estados Unidos? ¿Qué fue lo que ocurrió para que un estado petrolero haya perdido totalmente su soberanía, independencia y seguridad energética? ¿Quién diseñó esa estrategia para un país, que se ubica entre los primeros 15 productores de petróleo del mundo, dependa del exterior para abastecer el consumo interno de combustibles?
Esas son las preguntas que se harían, extrañados, cualquiera de los presidentes de las naciones que no tienen petróleo y que no cuentan con un sistema de refinación. Ninguno de ellos entendería las razones de la estrategia para desmantelar la infraestructura petrolera y que llevó a México a esta absurda situación.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Al parecer, las respuestas a todas las preguntas subyacen en la Reforma Energética que fue diseñada y planeada durante la administración del presidente Enrique Peña Nieto. Es más que evidente, porque el aumento abrupto de las importaciones de combustibles se dispara justo en el momento que se promulga la Reforma Energética (ver gráfica).
Desde el año 2013 se desestimó la producción de combustibles proveniente de nuestras refinerías para darle preferencia a la gasolina importada desde los Estados Unidos, poniendo en riesgo la seguridad del abasto nacional. El argumento, en aquel entonces, fue que las refinerías mexicanas eran ineficientes y que resultaba más barato traer gasolina desde los Estados Unidos que producirla en México.
Ya quisieran países como Nicaragua, Perú o Chile tener la mitad de nuestra infraestructura petrolera para no depender de los vaivenes de los mercados petroleros, me parece que esos países valorarían y cuidarían un patrimonio de esa naturaleza. Sin embargo, aquí en México, el sistema de refinación fue menospreciado durante los tres últimos sexenios; el de Vicente Fox, el de Felipe Calderón y, en especial, el de Peña Nieto, y se abandonó deliberadamente su mantenimiento. Durante ese período se fue construyendo una narrativa para hacer creer a la gente que la infraestructura petrolera del país era la peor del mundo y que no tenía caso invertir en ella.
México cuenta con una capacidad instalada de refinación de 1.6 millones de barriles diarios, comparable con la que tiene Francia. Sin embargo, sólo se utiliza entre un 30 y un 40 %. A diferencia de México, los franceses no abandonaron deliberadamente sus refinerías, porque ellos saben que eso es un suicidio energético y es un atentado en contra de los activos nacionales. En Francia, muy al contrario de lo que pasó en México, las refinerías mantienen estrictos procesos de mantenimiento de forma permanente.
En contra de toda lógica estratégica de seguridad nacional, en México se dejó de darle mantenimiento a las 6 refinerías, al parecer, con la intención de hacerlas inviables para quebrarlas y luego venderlas a precio de fierro viejo al mejor postor. Las refinerías mexicanas requerían reconfigurarse para disminuir la producción de combustóleo, pero no se ejecutaron esos trabajos.
Con bastante anticipación, se veía venir el grave problema que representa para las refinerías mexicanas la norma IMO 2020, impuesta por la Organización Marítima Internacional (OMI) para el combustible de los barcos, cuya entrada en vigor fue el 1 de enero de 2020. Se anunció con suficiente anticipación, para que los países con sistemas de refinación fueran adecuando sus procesos para la nueva norma. Las reconversiones que era urgente hacer a las refinerías mexicanas, para reducir el excedente de combustóleo que se genera a la hora de refinar el crudo para gasolinas y diésel, no se hicieron, los anteriores sexenios las desatendieron intencionalmente. Al final de la administración de Peña Nieto las refinerías mexicanas ya estaban al borde del colapso.
El problema del combustóleo se complicó recientemente por las medidas que se tomaron en el mundo para detener la propagación del Covid-19, y que paralizaron la movilidad mundial. El transporte se detuvo, los aviones se quedaron anclados en los aeropuertos, el comercio marítimo se redujo, y todo ello implicó el desplome del consumo mundial de combustibles y por lo tanto de petróleo. Lo anterior detonó una caída brutal del precio internacional del barril.
La pandemia del Coronavirus creo una disrupción brutal en los mercados internacionales de petróleo, provocando que las exportaciones mexicanas disminuyeran, lo que obligó a México a tomar la decisión de desviar el crudo hacia sus refinerías. Con esa medida también se intenta disminuir las importaciones de combustibles de los Estados Unidos, ya que con la reciente devaluación del peso mexicano frente al dólar, la factura de las importaciones aumenta dramáticamente.
La situación es complicada para México porque no existe la suficiente capacidad de almacenamiento para el combustóleo como para hacer frente a la contingencia. Es realmente absurdo que nuestro país, teniendo un robusto sistema de refinación, tenga problemas para utilizarlo porque se produce mucho combustóleo y que, además, ese problema nos obligue a importar una mayor cantidad de gasolina y diésel desde los Estados Unidos.
¿Qué ocurriría en este momento si se deja de refinar en México? El resultado sería desastroso, se tendría que detener buena parte de la producción de crudo, ya que no tiene mercado en este momento y se tendrían que importar la totalidad de los combustibles que se consumen en el país. ¿Qué bien no? Un país petrolero importando toda su gasolina y diésel.
El problema del combustóleo tiene una solución temporal, ya que se puede usar en las centrales térmicas de CFE para generar electricidad, de lo contrario, se hubiera detenido toda la infraestructura petrolera del país. Si bien la quema del combustóleo en las plantas de CFE no es deseable, permite por un lado, mantener en operación esas centrales, que representan alrededor de 13,000 MW de potencia instalada y permite también, resolver provisionalmente el problema del combustóleo mientras dure la contingencia del Covid-19.
Finalmente, habría que hacer una previsión de lo que México puede enfrentar en el corto plazo en el sector eléctrico y eso podría ser aún mucho más grave. El sistema eléctrico nacional también fue mal planeado por las anteriores administraciones, en cuanto su seguridad. La mayor parte de la generación del país descansa en centrales de ciclo combinado que funcionan con gas natural que se importa, casi en su totalidad, desde los Estados Unidos.
En este momento la industria petrolera de Estados Unidos se está derrumbando a un ritmo vertiginoso por la caída del precio del barril, muchas empresas petroleras del fracking están quebrando. Y es justamente esa industria la que nos provee del gas natural que necesitan las centrales de generación eléctrica en México.
La generación con gas natural en México cubre más del 60% del consumo eléctrico nacional, por lo que en caso de que no pudiéramos importarlo de Estados Unidos, nuestro país enfrentaría una situación de alto riesgo. El parque eléctrico mexicano no cuenta con otras tecnologías que tengan la suficiente capacidad para reemplazar la pérdida de la generación con gas que ya rebasa los 33,000 MW de potencia. Es muy probable, que si ocurriera una escasez de gas natural en México, sean las centrales eléctricas de combustóleo las que nos salven de un apagón masivo, porque las renovables en este momento sólo aportan el 7% de la electricidad del país.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Guiados bajo una visión que daba preferencia a un modelo de mercado con muy poco contenido de seguridad nacional y soberanía energética.