Ética, sector energético y desarrollo
Nos guste o no, vivimos en un mundo cada vez más globalizado, con los pros y contras que esto pueda implicar
Por Eduardo Olivares Pérez, Ph.D.
En 2018 y 2019 realicé con un par de amigos una travesía latinoamericana en motocicleta desde Villahermosa, Tabasco México hasta Ushuaia, Tierra del Fuego, en el extremo sur de nuestro continente. En ese largo y prolongado periplo fui más como investigador que como turista. Pude constatar que nuestros países tienen valiosos recursos naturales —energéticos, minerales, océanos, biodiversidad— y humanos. Un precedente histórico destacable en lo cultural, arquitectónico, matemático, astronómico, agrícola, por mencionar algunos aspectos. Sin embargo, padecen de flagelos sorprendentemente comunes. Pobreza, corrupción, contaminación, delincuencia, desigualdad, migración, burocracia.
Si bien es cierto que la calidad y la innovación son factores claves para alcanzar mayores niveles de productividad y competitividad en una nación, estos aspectos, aunque necesarios, no son suficientes para alcanzar el éxito en la construcción de un mejor futuro, a menos que se incorpore un profundo sentido de responsabilidad y ética entre todas las partes interesadas que conforman un país. Los gobiernos, que son manifestaciones de regímenes políticos, son los que marcan la pauta a las condiciones de operación de un país en sus diferentes sectores. Un gobierno puede propiciar las condiciones de respeto mutuo con ética, propio de regímenes democráticos, o bien imponerse mediante la fuerza, como en el caso de los regímenes totalitarios.
Nos guste o no, vivimos en un mundo cada vez más globalizado, con los pros y contras que esto pueda implicar. En medio de un ambiente tan complejo en lo externo e interno, la ética juega un papel protagónico en el desarrollo de las naciones. ¿Por qué es necesaria la ética en la sociedad y en el gobierno? Porque nos puede señalar qué valores y virtudes debemos cultivar para sobrevivir, y eventualmente ser el marco para desarrollarnos. Virtudes, entre otras, como la Racionalidad, que significa poner el pensamiento por encima de los impulsos emocionales; la Honestidad, que es el deseo de ver la verdad sea cual fuere; la Integridad, que es actuar consistentemente de acuerdo a lo que uno sabe que es correcto; Productividad, que es actuar tan eficazmente como sea posible para alcanzar las metas.
Un principio ético básico es que cada actor o protagonista, sea individuo u organización, es o debe ser responsable de sus propios actos y decisiones, a la par de que ningún individuo debe ejercer el uso de la fuerza contra otro de manera ilegítima. Lo deseable es que las relaciones entre individuos, sean estas económicas, políticas o de otro tipo, deben estar basadas en la buena voluntad. El papel principal del gobierno es proteger, en el sentido amplio, la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos, encargándose de hacer prevalecer un estado de derecho y combatir la impunidad. La caída, pacífica o violenta, de muchos regímenes políticos, inclusive la de los grandes imperios del pasado, se ha debido principalmente por la corrupción que imperaba en ellos y que a la postre los destruyó, a la par de reglamentaciones arbitrarias y contradictorias que favorecían la corrupción.
Los servidores públicos corruptos, sean del poder ejecutivo, legislativo, judicial, o de cualquiera de los niveles u organismos gubernamentales, toman esos puestos como negocios privados. Están interesados en la influencia con fines egoístas, que les permite determinar el destino económico de recursos y personas. También en el prestigio: ser amigo de, o tener relaciones con, lo cual les da acceso a privilegios y favores. Lo mismo que en el apoyo político, empleado para mantener una posición o procurar acceder a otras. En todo ello el fin principal es sacar provecho y beneficio propio. La corrupción institucional hace que todo el quehacer, incluyendo el de los negocios, se enfoque a la compra de favores y no a la creación de valor para la sociedad en su conjunto.
Un desafortunado ejemplo fue la reforma energética de 2013 promovida por el ex presidente Enrique Peña Nieto. Se planteó como un esquema que redundaría en numerosos beneficios para la población y para México. No fue así. El cabildeo con los partidos políticos y las cámaras legislativas para su aprobación no fue con argumentos sino con sobornos provenientes de corrupción con transnacionales. Los artículos, leyes y reglamentos fueron redactados y promulgados para favorecer a unos cuantos particulares —oligarquía—, dejando de lado el bien común. Obviamente a cambio de dinero de manera ilícita. Ahora mismo se está procurando recomponer el sector energético mexicano en cuanto a su rectoría y regulación por parte del Estado, para garantizar que prevalezca el interés público sobre el puramente mercantil. Existe optimismo de que esta iniciativa de ley se aprobará en tiempo y forma.
Hay tres medidas cruciales para combatir la corrupción que tiene que ver con la gestión gubernamental y que han sido implementadas con éxito en varios países de primer mundo. La primera es transparentar, eliminar o simplificar las reglamentaciones y regulaciones, muchas de ellas burocráticas y arbitrarias, cuya finalidad principal es obligar a los individuos a procurar evitarlas mediante sobornos, creándose un círculo perverso donde el dinero fluye en medio de acciones ilegítimas en perjuicio de otros, generalmente de la mayoría. La segunda es la eficaz fiscalización y evaluación de la conducta, desempeño y resultados de la gestión de funcionarios, políticos y gobiernos, acompañada de acciones punitivas, sanciones a quienes se involucren en actos de corrupción —incluyendo por supuesto a particulares y sector privado inmiscuidos—. La tercera, quizás la más importante, es el construir un marco ético nacional con base en los objetivos que se quieran alcanzar, promoviendo valores compartidos como la verdad, la compasión, la responsabilidad, la libertad, el respeto por la vida, la justicia y equidad, aplicando estos valores en todas las áreas del quehacer humano, sean actividades productivas, gubernamentales, sociales o de cualquier índole. Es deseable también que gobiernos, empresas, familias, y todo tipo de organizaciones tengan y observen un código de ética que les señale con claridad el bien actuar. Son importantes los resultados, pero también la conducta. La forma a veces es fondo. Los códigos de valores establecen ciertos principios de ética, comportamiento y hasta de pensamiento.
La corrupción es quizás el más grande flagelo del llamado Tercer Mundo. Si vemos el contexto mundial, encontramos que las regiones pobres usualmente salen evaluadas como muy corruptas. La pobreza y el hambre no son una causa, casi siempre son una consecuencia. Por eso básicamente fracasan la mayoría de los programas que los combaten. La pobreza en los países subdesarrollados o en vías de desarrollo no se supera con medidas paliativas, sino identificando y atendiendo las verdaderas causas que la generan. En el caso de México en particular, los estados menos desarrollados según el INEGI, el sur-sureste, aparecen entre los más corruptos del país en los reportes de Transparencia Mexicana.
La corrupción corroe a los gobiernos, castiga a los pobres, distorsiona las políticas públicas, asigna equivocadamente los recursos, daña al sector productivo, y da lugar a una larga cadena de perjuicios. Aunque no se puede cambiar de inmediato el entorno ético de una sociedad, sí pueden las organizaciones públicas y privadas emprender acciones, iniciativas, acuerdos, que coadyuven a la promoción e implantación de un espíritu de ética y responsabilidad, que permita el desarrollo de cada nación y sociedad, lo que permitirá que los ciudadanos tengan mejores condiciones de vida.
Nuestra gente, nuestros países, tienen enormes recursos y potencial. Suficiente y hasta de sobra para crecer, desarrollarse, lograr mejores condiciones y estadios en lo personal y en lo colectivo. Apremian acciones efectivas para concertar dentro de un marco ético talentos, esfuerzos y voluntades para hacer prosperar a nuestras naciones. Descubrí que uno de los principales problemas de Latinoamérica, después de haberla recorrido a ras de suelo, es la falta de liderazgo genuino; visionario, ético y competente. Visionario: que sea capaz de concebir y mostrar un futuro mejor e inspire a otros a hacerlo realidad a pesar de los obstáculos. Ético: que se rija bajo principios y valores; honestidad, responsabilidad, transparencia, justicia. Competente: que sea apto, idóneo, con las cualidades, conocimiento y carácter suficientes para dar resultados. Si el liderazgo carece de alguno de estos tres aspectos, lamentablemente no funcionará.
Prácticamente todos los sectores que conforman una nación y sociedad, incluido el energético, precisan de la ética para normar y encauzar un sano y eficaz desarrollo en beneficio de todos. Necesitamos como países y como personas ser más éticos, para ser menos corruptos y más prósperos.