Opinión: La transición energética en Alemania, crónica de un fracaso nunca anunciado por Bianca Sandoval
El objetivo al que se había comprometido en el Acuerdo de París, el de disminuir en un 40% sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para el año 2020, no se consiguió Alemania es sin duda, el país que más ha apostado por transitar de un modelo energético basado en los combustibles fósiles y energía nuclear a uno basado en las energías eólica y solar, si bien su apoyo hacia este sector se venía generando desde la década de 1990 no fue hasta el año 2000 que el Gobierno federal acordó abandonar paulatinamente la energía nuclear y promulgó la Ley de Energías Renovables como un mecanismo para promover la instalación de energías alternativas. En 2011 y tras el accidente de Fukushima, el Estado alemán prometió abandonar la energía nuclear para el año 2022 y comenzó un proceso acelerado de establecimiento de parques eólicos y solares por todo su territorio en el marco de un programa estratégico muy ambicioso que los alemanes llamaron Energiewende. En el año de 2015 se llevó a cabo en París la Conferencia De Las Partes (COP 21) de la cual surgió el Acuerdo de París, en el cual 195 países acordaron limitar el calentamiento global en dos grados centígrados con respecto a la era preindustrial al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), Alemania específicamente se comprometió a reducir sus emisiones de CO2 en un 40% para el año 2020. Estamos ya en el año de 2020 y este compromiso no se ha cumplido, los parques eólicos instalados tanto en tierra firme como en el mar y para los cuales ya no quedan más sitios disponibles en territorio germánico, producen sólo un 20.9% del total de la energía eléctrica que se consume en el país, mientras que la solar produce un magro 7.7%.
Y si en 2010 los 17 reactores nucleares instalados en el país producían el 22.4% de la energía eléctrica total consumida, el compromiso de cerrar las centrales se ha ido cumpliendo y hoy sólo operan 7 que aún producen el 12.4% de la energía eléctrica total. Esta descompensación energética generada por la clausura de los reactores sólo se ha podido subsanar con centrales eléctricas que se alimentan de combustibles fósiles: carbón negro (hulla) 56.9 %, lignita 18.8 y gas natural 15.1% y que en total suministran el 55.7% del total de la energía eléctrica que se consume en este país. Si bien es verdad que Alemania no ha escatimado en la consecución de su transición energética, instalando con diligencia y rigor parques solares y celdas fotovoltáicas en todo su territorio, es también bien cierto que los resultados de estos esfuerzos han sido más bien modestos. De 2000 a 2015 la Energiewende ha costado a este país europeo 150.000 millones de euros y se estima que en el período que va del 2015 a 2025 le costará otros 370.000 millones de euros, sin embargo y pese a esta millonaria inversión que además ha pasado y seguirá pasando factura a los bolsillos de los ciudadanos alemanes de a pie que pagan una de las energías eléctricas más caras del mundo, es claro que las renovables no han podido sustituir a las energías fósiles. De hecho en años recientes se han construido 23 centrales eléctricas de carbón que si bien se alega son más modernas y eficientes y reemplazarían a las centrales viejas más contaminantes, el país no ha dejado de emitir gases de efecto invernadero (GEI) lo que ha demostrado la absoluta ineficiencia energética de las renovables que sabemos funcionan sólo cuando hay viento en el caso de la éolica y sólo cuando hay sol en el caso de la solar. El objetivo al que Alemania se había comprometido en el Acuerdo de París, el de disminuir en un 40% sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para el año 2020, no se consiguió. El territorio alemán, abarrotado de aerogeneradores y bien equipado con paneles solares, sigue emitiendo la misma cantidad de GEI que en el año 2009 y el acuerdo al que se obligó el Gobierno federal de Alemania tras la COP 21, se postergó hasta el año 2030.